A Blanca la desvirgué el día de su dieciocho cumpleaños a la luz de la luna llena en La Tinaja del Parque del Oeste. Ella no se lo esperaba, solo quería una buena comida de coño y se abrió de patas sobre el césped para que yo lamiera su chochito prohibiéndome follar ya que quería conservar su virginidad. No obstante al sentirse húmeda y caliente y al estimular a fondo su clítoris se descuidó y cerró los ojos, y me aproveché de la situación. De noche todos los gatos son pardos y la oscuridad me ayudó para engancharla bien y romper su himen. Al sentir mi polla en su virginal coñito me gritó que no, no y no, y yo no hice caso hasta terminar de correrme dentro de su estrecho chochito. Y ahora es una adicta al sexo y se pasa los días metiéndose el cepillo de dientes y echando de menos a la polla que la desvirgó y la hizo mujer.
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